De cuando a Nietzsche le gustaba el arte
<<Pero quizá se escandalicen de que se conceda tan seria atención a un problema estético los que son verdaderamente incapaces de tener del arte otra concepción que la de un pasatiempo agradable, un ruido de cascabeles, del cual se podría muy bien prescindir, añadido a “la seriedad de la vida”; como si no supiésemos qué significa semejante “seriedad de la vida” cuando se hace esta comparación. Para el conocimiento de estas personas serias, declaro que, según una convicción profunda mía, el arte es la tarea más alta y la actividad esencialmente metafísica de la vida…>>1
Nietzsche ataca de lleno a la cultura alemana, al burgués ocupado con las cosas importantes de la vida, la apariencia, los negocios, habla de personas que no tienen sensibilidad artística alguna, sin embargo, en la crítica a esta caricatura de la cultura alemana, no le habla a los alemanes, sino a Wagner, a quien llama su noble compañero de armas y precursor de un nuevo camino. Nietzsche tiene fe en el arte y en Wagner como los pioneros de una nueva cultura, cultura que hereda de los griegos profundas raíces en relación a esos dos espíritus que convivían en lucha en el antiguo arte trágico. Apolo y Dionisio son invocados por Nietzsche como las dos divinidades del arte antagónicas que caminan juntas para expresar la “voluntad” helénica.
Es necesario aclarar que Nietzsche habla de “la voluntad” a lo largo de todo el origen de la tragedia. Éste es un término técnico heredado de la filosofía de Schopenhauer que se presenta como alternativa a cualquier Dios racional. La voluntad, para Schopenhauer, es una realidad indeterminada, infinita y eterna, tanto en su origen como en su devenir, es el verdadero trasfondo metafísico, lo real y verdadero. La voluntad es independiente e irracional y se proyecta objetivándose en realidades particulares para expresar su inextinguible afán de vivir. Schopenhauer afirma que sus ideas se acercan a las de Empédocles, donde el universo era gobernado por la puja entre dos fuerzas irracionales, el amor y el odio.2 Es, entonces, la naturaleza como un universo irracional, absurdo, muchas veces terrible, lo que se deja ver en la tragedia, manifestando su horror en una forma artística, que es la fuente de la cual bebe el hombre artístico para interpretar la vida.
Nietzsche explica como fue primero el instinto apolíneo de Homero el que permitió a los griegos soportar la dura vida de la Hélade creando a los dioses olímpicos. Estos, a imagen y semejanza de los hombres, no eran más que una exaltación de los mismos, un espejo en el cual se reflejaba la vida de los hombres pero con infinita belleza y justicia. Sin embargo, en las profundidades, análogamente al encierro de los titanes en el tártaro, se encontraba lo insoportable, doloroso y absurdo de la existencia. Para Nietzsche los dioses griegos eran un sueño artístico ingenuo, que derrotó a los monstruos encerrándolos bajo tierra gracias a un espejismo de ilusiones.
<<Con la ayuda de este espejismo de belleza, la “Voluntad” helénica combatía esta aptitud para el sufrimiento, esta sabiduría del dolor, cualidades correlativas de todo instinto artístico; y como monumento de su victoria, se yergue ante nosotros Homero, el artista ingenuo.>>3
La victoria de la ilusión apolinea es perfecta en homero, en términos de Schopenhauer, “la voluntad” quería contemplarse y glorificarse a si misma y lo logró creando una esfera superior en la que los griegos veían reflejada y embellecida su propia imagen. Abundan ejemplos de hijos de dioses entre los relatos de los griegos, qué mejor forma de afirmar en ellos mismos la belleza de los dioses que en aquellos mitos en los cuales ambos caminaban el mundo juntos compartiendo intereses, alegrías y tristezas. El arte apolíneo de Homero, ingenuo, afirma Nietzsche, sumerge a los griegos en el placer de un sueño y embellece lo cotidiano con el color de lo sublime.
El prematuro triunfo de Apolo es también, para Nietzsche, una divinización de la individuación. Por un lado dioses antropomórficos y por el otro, hombres regulados por una ética de la medida, “conócete a ti mismo” y “nada en demasía”, las máximas del oráculo de Delfos, mantienen al individuo dentro de un límite moral que no le permite salirse de si mismo.4 A pesar de todo, la supremacía de Apolo fue puesta en cuestión por el dios que sabe bailar. Dioniso muestra que, debajo del sueño apolíneo, debajo del olimpo se encuentran encerrados los titanes, son las fiestas dionisíacas las que permiten que todo lo oculto se filtre, allí todo es desmesurado, todo en demasía, los hombres se entregan a la embriaguez cantando y bailando en un coro inmenso, olvidando sus nombres, linajes y posiciones sociales en la desnudez de las orgías. En ese éxtasis ya no hay un “si mismo” que conocer y limitar, hay un perfecto olvido del individuo.
<<Entonces el esclavo es libre, caen todas las barreras rígidas y hostiles que la miseria, la arbitrariedad, la “moda insolente” han levantado entre los hombres. Ahora, por el evangelio de la armonía universal, cada uno se siente no solamente reunido, reconciliado, fundido, sino Uno, como si se hubiera desgarrado el velo de Maya y sus pedazos revoloteasen ante la misteriosa “Unidad Primordial”.>>5
Nietzsche habla de un momento letárgico, que es lo que vive el hombre dionisíaco al perder todas las trabas y limites de la existencia, en ese momento el hombre penetra en el fondo de las cosas y alcanza una comprensión que lo aleja de la acción. Contempla la horrible verdad: que su actividad no puede cambiar la esencia de las cosas, evitar que el mundo se desplome. Al igual que Edipo, el hombre dionisíaco descubre una verdad horrible, entonces sus impulsos son aniquilados, ya no tiene consuelo, reniega de la existencia, desprecia a los dioses y desea la muerte.
<<Bajo la influencia de la verdad contemplada, el hombre solamente percibe lo absurdo y lo horrible de la existencia; comprende ahora lo que hay de simbólico en la muerte de Ofelia; reconoce la sabiduría de Sileno, dios de los bosques, y la nausea se le sube a la garganta.>>6
El mito cuenta que Sileno dijo al rey Midas que lo mejor para un hombre es no nacer, y que si nacía, debía morir lo más pronto posible. Esa es la nausea que sube por la garganta del hombre dionisíaco, descubrir el absurdo de una existencia tejida por los hilos de fuerzas irracionales e impredecibles.
Aquí es donde aparece el arte, afirma Nietzsche, transmutando esa nausea horrible en imágenes que ayudan a soportar la vida. El arte sublime de la tragedia logra domar lo horrible y en ella conviven ambos espíritus: el apolíneo, con sus bellos hombres émulos de los dioses, y el dionisíaco, oculto en el tártaro, con la verdad sobre el absurdo de la existencia en sus manos. En las páginas de Sófocles y Esquilo luchan armónicamente estos dos espíritus, siempre en tensión, sin que alguno de ellos pueda subyugar al otro, como los opuestos de Heráclito, o el amor y el odio de Empdocles.
Esquilo afirma que Prometeo, encadenado por los dioses por haber dado el fuego a los miserables hombres, también les otorgó otro favor: ciegas esperanzas. Las necesarias para soportar la arbitrariedad e irracionalidad que el hombre dionisíaco ve en las cosas.
Es, para Nietzsche, éste artista trágico un Medium, perdido en el fervor de la música, como si estuviera participando de la embriaguez de una fiesta dionisíaca, el artista es arrastrado por la “Voluntad” que se manifiesta.
<<Pues en cuanto artista, el sujeto está emancipado ya de su voluntad individual y se ha transformado, por decirlo así, en un medium, por el cual y a través del cual, el verdadero sujeto, el único real existente, triunfa y celebra su liberación en la apariencia.>>7
El artista manifiesta lo dionisíaco en la lírica del coro, es la música la que toca la verdad del mundo que no puede ser dicha con palabras, mientras que lo apolíneo se ve en el sueño que constituye la escena, el lenguaje, el color, el movimiento, el discurso. Hay en el Nietzsche del origen de la tragedia una exaltación del valor de la música, la cual no necesita de la idea o de la imagen a su lado, simplemente las tolera, mientras se desenvuelve expresando la “voluntad” Schopenhaueriana, la lucha en el corazón de lo Uno.
El espíritu Dionisíaco, que brillo al máximo en la tragedia de Sófocles y Esquilo, desapareció años después con las tragedias de Eurípides. Nietzsche afirma que, por ese entonces, comenzó un proceso de decadencia originada por el espíritu moralista socrático. Denuncia a Eurípides por no hablar las voces de Apolo y Dioniso, peor aún, por ser una simple máscara que repetía las máximas socráticas: “Todo tiene que ser comprensible para ser bello” y “Solo es virtuoso el que posee conocimiento”. El nuevo mundo y los valores que planteaba la filosofía socrática reemplazaban la puja entre lo apolíneo y dionisíaco por una búsqueda de la verdad, de otra verdad. Lo bello, lo bueno y lo justo ascendían como nuevos dioses a un olimpo que ya no resistía. La vieja tragedia era deslegitimada por Sócrates, quien no asistía al teatro, salvo que la obra fuera de Eurípides. Platón, su discípulo, nos dice en La República que los poetas dicen muchas mentiras, para finalmente expulsarlos de su república ideal donde sólo había lugar para su verdad, por que el arte trágico era considerado por Platón como algo agradable pero inútil, que no lograba hacer mejores a los ciudadanos.
Nietzsche denuncia además que hasta sus días la influencia socrática, la influencia del hombre teórico, sigue primando en el arte. Afirma que es necesaria una renovación metafísica del arte, ya que, el hombre de ciencia, optimista, el mayor antagonista de la visión trágica del mundo, cuyo antepasado directo es Sócrates, se encuentra en la médula de la cultura alemana. Y el estandarte de esa renovación es la música de Wagner, quien lleva bajo el brazo los pesados volúmenes metafísicos de la Voluntad de Schopenhauer.
El Nietzsche de El origen de la tragedia confía que hay una analogía entre la intuición y una composición musical, cree que cuando el compositor logra mostrar, a través de su música inspirada, los movimientos de “la voluntad”, entonces, esa música es expresiva. El músico percibe la esencia del mundo, intuye sin conceptos y logra expresar la verdad.
1 NIETZSCHE F. El origen de la tragedia, Pág. 24.
2 Cf. PIFARRE Lluís, Schopenhauer, la voluntad como fundamento.
3 NIETZSCHE F. El origen de la tragedia, Pág. 35.
4 Cf. Ibíd. Pág. 37
5 Ibíd. Pág. 37
6 Ibíd Pág. 52
7 Ibíd. Pág. 43
Bibliografía
NIETZSCHE Friedrich – El origen de la tragedia, Caronte, 2008, Buenos Aires.
VARELA Gustavo – Nietzsche una introducción, Quadrata, 2010, Buenos Aires.