Gilgamesh, un cuento de hace más de 4500 años
¿También yo he de morir?
¿Cómo puedo soportar esta angustia que anida en mi vientre,
este temor a la muerte que me empuja sin cesar?1
La epopeya de Gilgamesh fue escrita aproximadamente en 2500 a.c. en tablillas de arcilla por los sumerios. Cuenta los viajes y las aventuras del Rey de Uruk, una ciudad amurallada a orillas de Éufrates. Si algo puede decirnos éste antiguo texto es que los hombres siempre hemos temido a la muerte.
Nuestros días son pocos en número, y cualquier cosa que hagamos es un soplo de viento. ¿Por qué temer, pues, si más tarde o más temprano la muerte ha de llegar?2
Dos argumentos racionales para debilitar el miedo a la muerte aparecen en estas lineas del Gilgamesh. Primero, lo efímero de la vida del hombre. No somos casi nada, ¿Por qué tememos ser nada? Segundo, la certeza de la muerte. ¿Por qué temer que sea más tarde o más temprano si estamos seguros de que finalmente llegará? Sin embargo, este último no nos tranquiliza demasiado. Es lo sorpresivo de la fatalidad lo que la hace más terrible. Esta puede afectar al joven y al viejo por igual, irrumpe y se lleva a cualquiera, en cualquier momento. ¿Quién puede saber cuando ha de llegar su último día?3 Es la incertidumbre sobre el cuándo, más que la certeza del qué lo que, quizás, más nos atormenta. Pero el Gilgamesh nos enseña que el miedo a la muerte nunca debe paralizarnos y que si no hay formas de vencerlo del todo, al menos hay formas de apartarlo de nuestra atención.
Aunque ahora tus brazos se sientan débiles y tus piernas tiemblen, tú eres un guerrero, tú sabes que hacer. Lanza tu grito de guerra, que tu voz martillee como un timbal. Que tu corazón te inspire para sentir gozo en la batalla, para olvidarte de la muerte.4
El olvido momentáneo de la muerte parece ser el único consuelo en la vida del hombre. En la batalla se logra mediante el grito de guerra. Por otro lado, en la vida cotidiana, olvidamos la muerte mediante el goce.
Dijo Shiduri: «¿Por qué andas vagando por ahí Gilgamesh? Jamás hallarás la vida eterna que buscas. Cuando los dioses crearon a los humanos, crearon también la muerte y reservaron la vida eterna sólo para ellos. Los hombres nacen, viven y después mueren, ése es el orden que han decretado los dioses. Más, hasta que llegue ese final, goza de la vida, pásala feliz, no desesperes. Saborea tu alimento, haz de cada uno de tus días un placer, báñate y unge tu cuerpo de aceite, viste brillantes vestidos de deslumbrante limpieza, que la música y la danza inunden tu hogar, ama al niño que te coge la mano y que tu esposa goce siempre en tu abrazo. Tal es la mejor forma que tiene un hombre de vivir.»5
Es el placer lo que permite al hombre soportar el peso de saber que va a morir. Gracias al goce de los sentidos vivir vale esa pena. El disfrute de ver, tocar, oír, oler y degustar puede distraernos de la desesperación. No obstante, en el goce debe haber una cierta moderación, una mesura, un descanso.
Señor del cielo, tú has concedido a mi hijo belleza, fuerza y valor. ¿Por qué lo has cargado con un corazón incapaz de descanso?6
Gilgamesh que era fuerte, valiente, bello, rico y poderoso no se contentaba con eso. Siempre buscaba un desafío mayor, un logro más grande para, una y otra vez, poder afirmar: ¡Yo soy el más poderoso! ¡Yo soy quien puede hacer temblar el mundo!7 Es aquí donde se cierra el círculo. La desmesura lleva al hombre al máximo riesgo. Puede que esa ambición sin medidas sea un intento de llevar la vida a su último límite, hacia aquello que es inevitable. O quizás, puede que sea la rebeldía de querer ser nosotros mismos, y no el destino o el azar, quien decida como y cuando moriremos.
1Gilgamesh – Versión de Stephen Mitchell. Pág 142
2Ibíd. Pág 100
3Ibíd. 155
4Ibíd. Pág 118
5Ibíd. Pág 149
6Ibíd. Pág 104
7Ibíd. Pág 97