Parálisis fantástica
La mejor manera de estar listo para la realidad
es usar la fantasía.₁
Para qué sirve la fantasía es una pregunta que debemos hacernos después de haber consumido toneladas de cómics, películas, juegos y novelas del género. Los superhéroes, la magia, los monstruos y los viajes a mundos fantásticos han existido desde siempre en el inconsciente colectivo. Nosotros, monos que narramos historias, hemos estado en contacto con esta forma singular desde el principio de los tiempos. Tanto en epopeyas como la de Gilgamesh, escrita por los sumerios hace 4500 años o en la Odisea de Homero, hace más de 2500, aparece la fantasía como la capacidad para producir hechos y mundos. También podemos incluir dentro de los relatos fantásticos a los mitos de los héroes nórdicos, egipcios, occidentales y orientales, pero no voy a detenerme en la pregunta de si toda religión es también fantasía. Sólo diré que la religión, a través del mito y la parábola, utiliza elementos fantásticos en su narración. La tragedia griega lo hacia: en su exaltación de los dioses, cumplía la misma función disciplinaria que el letrero del oráculo de Delfos: “conócete a ti mismo”. Intentaba mostrar los límites de los seres humanos y cómo aquellos no eran todopoderosos y, por lo tanto, estaban sujetos tanto a las leyes divinas como a las de la ciudad. También la fantasía de fábulas o parábolas, donde suele haber magia, carros voladores y animales parlantes, tiene un claro fin moral y educativo. Ahora, ¿Qué fin tiene la fantasía hoy para nosotros? Podríamos decir rápidamente que es entretenimiento y eso es correcto. Las narraciones fantásticas, al igual que otras expresiones artísticas son divertidas, pero no creo que se agote ahí su función. Si bien ya muchos han denunciado que el arte se está convirtiendo en mero entretenimiento en el siglo XXI y que los artistas dan al público lo que quiere y no lo que necesita, no es algo que voy a profundizar, sólo me quedaré con la pregunta: ¿Por qué nos entretienen tanto con la fantasía en esta época? Quizás para distraernos de lo que pasa en el mundo: realismo capitalista, desigualdad, pueblos oprimidos, corrupción en las instituciones, guerras, crisis económicas y ecológicas “and so on”, diría Zizek. No voy a insistir en esto tampoco, sino pensar en dos efectos que puede tener la fantasía sobre nosotros: el primero la parálisis y el segundo la inspiración por analogía.
La fantasía puede ser paralizante. Esto ocurre cuando ocupa el lugar de refugio del mundo cotidiano. Aparece un mundo nuevo y cómodo ante nosotros, donde nada puede dañarnos y podemos fácilmente identificarnos con personajes todopoderosos y activos que cumplen todos nuestros deseos de control. Alan Moore, escritor de Watchmen, odiaba a los superhéroes afirmando que eran una fantasía de empoderamiento que jugaba con la concreción del sueño de supremacía de la raza. En su mayoría hombres heterosexuales y blancos, además de superpoderosos y moralmente superiores, que moldeaban el mundo a su gusto y por fuera de la ley, ante la impotencia del resto de los mortales. En ese exceso de poder es donde se revela más obviamente, y por oposición, nuestra impotencia como individuos ante el mundo cotidiano. La parálisis fantástica ocurre cuando simplemente no podemos (o no queremos) abandonar el mundo fantástico, ni logramos crear puentes hacia lo cotidiano. La parálisis fantástica es total cuando la acción se reduce a mirar la acción. La fantasía se vuelve sólo un objeto de consumo y pasamos las horas del día viendo, leyendo o jugando ese sueño de empoderamiento, perdiendo cada vez más la perspectiva de lo que pasa en la calle. Yendo un poco más lejos, la parálisis fantástica suprime la acción y clausura al sujeto político en la esfera de lo privado y personal. En éste último sentido la parálisis fantástica es una infantilización de la vida, donde no se participa de la transformación del mundo a través del espacio público, por estar habitando a salvo en un mundo privado y mágico. Este mundo puede ser totalmente solitario o bien, compartido por algunos otros. ¿Hasta qué punto puede ser la parálisis fantástica un fenómeno de masas? Con las películas de superhéroes pasa como con muchos libros de autoayuda, no están hechos realmente para ayudarnos, porque arruinarían su propio negocio si ya no fuéramos sus clientes.
Guy Debord plantea en su libro “La sociedad del espectáculo” que el espectáculo aliena a las personas al hacerlas consumidoras pasivas de imágenes y estímulos, en lugar de participantes activos en la creación de sus propias vidas. La fantasía es ese espectáculo que permite el escape permanente del mundo cotidiano, de la política y de la acción. La paradoja es que los admiradores de poderosos guerreros, que son el colmo de la actividad y la transformación, no puedan hacer nada por sus vidas más que jugar o mirar y se conviertan en espectadores pasivos de un mundo distante. Y quiero detenerme ahí, porque es en ese lugar donde se encuentra la semilla activa. Es el deseo de poder lo que hace a algunos amar la fantasía y ese deseo puede germinar y materializarse en el mundo cotidiano. Quizás no toda fantasía es tierra fértil, quizás algunas están escritas para producir impotencia, pero otras funcionan analógicamente para empoderar a sus espectadores y tienden puentes a la vida, cómo fue para Alejandro Magno la figura mítica de Aquiles o los Spokon para los estudiantes japoneses de los noventa.
En la relación de analogía dos cosas diferentes tienen atributos semejantes. El mundo fantástico funciona como analogía del mundo cotidiano porque tiene personas y relaciones, además de instituciones y cosas naturales y artificiales. Podemos sentir que hay relación entre nuestros problemas cotidianos y los de los superhéroes. Podemos ver que ellos necesitan valentía para enfrentarlos, igual que nosotros, también que se someten a entrenamientos y privaciones para lograr transformaciones con las que pueden sobreponerse a los obstáculos y estar a la altura de los desafíos. No es necesario fantasear con ser invencible o volar, el heroísmo no implica necesariamente un poder mágico.
Héroe para los griegos era el que sabía escucharse, elegirse a sí mismo en el mundo y aceptar la prueba exigida a todo ser humano: la de no traicionarse nunca. Victorias y derrotas no son desde luego el metro del heroísmo: desde hace milenios «héroe» es quien decide su vida, su medida será siempre grande porque será la de su felicidad.₂
Heroísmo es decidir la propia vida entonces y no que otros la decidan por nosotros, pero también es solidaridad y es tener en cuenta a los otros. No hay heroísmo sin otros. Esta idea de heroísmo en relación a la medida, nos vuelve a Delfos y al “Conócete a tí mismo”. Cada cual debe conocer su medida y su singularidad. Si todos nacemos con capacidades diferentes, el aporte de cada uno al mundo puede ser significativamente distinto, además de aditivo. Y por otro lado, ¿Cuántas sinergias y propiedades emergentes pueden esperarse del encuentro de esa singularidad con la de otros? Pensar que uno puede ser todopoderoso y resolver todo por su cuenta es una desmesura ¿No es el individualismo extremo de esta época la fantasía de que uno puede bastarse a sí mismo? No podemos caer en el delirio solipsista de creer que no necesitamos para nada a los otros. Hay que leer la fantasía en otra clave. La fantasía puede ser una conversación con el presente y con los demás, puede mostrarnos relaciones entre elementos que en lo cotidiano no estaban, pero que por analogía logramos ver. Puede ser inspiración y un motor de superación personal, un horizonte de comprensión para transformarnos a nosotros mismos, para unirnos a otros y así, finalmente, cambiar el mundo en el que vivimos.
₁ Marcolongo Andrea - La medida de los héroes Pág. 27
₂ Ibíd. Pág 19