Maestros Ignorantes

Después de leer El maestro ignorante de Ranciere es muy difícil pensar la tarea del educador y la función de la escuela de la misma forma que antes. Muchos de nuestros profesores, si bien afirman haberse encontrado en algún momento con esta obra, y no niegan que sea valiosa, le temen. Esto puede deberse a que la obra de Ranciere es un tanto polémica, que arremete contra las instituciones y que puede resultar paralizante. Hay una contradicción evidente para quien desee aceptar sus principios y, a su vez, ser partícipe de una institución como la escuela. Hay que ver si es posible hacer algo con esa contradicción.
Ranciere toma la tesis de la igualdad de las inteligencias de Joseph Jacotot, un pedagogo de comienzos del siglo XIX que logró “enseñar” el idioma Francés a unos alumnos holandeses sin saber él mismo nada de holandés, contando sólo con una edición bilingüe de un libro. Después de esa experiencia Jacotot dejó de creer que la tarea del educador sea transmitir sus conocimientos a los alumnos para que, gradualmente, estos sepan casi tanto como su maestro. Como él no dio explicaciones a sus alumnos sobre la estructura o la gramática de la lengua, sino que ellos las hallaron solos e intuitivamente, comenzó a dudar del objetivo real de las explicaciones en la escuela. Se dio cuenta que las explicaciones no son necesarias para que los alumnos aprendan, que tan solo sirven para convencer a los alumnos de que no pueden comprender las cosas por sí mismos. Jacotot notó que esa inteligencia mediadora, que es el maestro explicador, no es indispensable. Que cada inteligencia puede, por sí misma, aprender lo que sea y que eso vale para todos los humanos.
No hay dos tipos de mente. La desigualdad existe en el orden de las manifestaciones de la inteligencia, según la mayor o menor energía que la voluntad le comunique a la inteligencia para descubrir y combinar nuevas relaciones, pero no hay jerarquía de capacidades intelectuales. La toma de conciencia de esta igualdad de naturaleza se llama emancipación y es lo que abre el camino a cualquier aventura en el país del saber. Por que se trata de aventurarse y no de aprender más o menos bien o más o menos rápido.1
El descubrimiento de Jacotot es peligroso. Devela que cualquier padre de familia puede enseñar a sus hijos lo que sea sin necesidad de una institución, que cualquier hombre puede hacerse sabio por sí mismo y con sus propios métodos, basta que tenga la voluntad de hacerlo.
Este tipo de inteligencia, la que le permite al maestro transmitir sus conocimientos, adaptándolos a las capacidades intelectuales del alumno, y verificar que el alumno haya comprendido bien, tal es el principio de explicación. Y, en adelante, ése será para Jacotot el principio del embrutecimiento.2
El problema es el explicador, y no es por que tenga mala fe o intente someter al alumno. El explicador puede ser un docente con las más perfecta vocación, la mejor predisposición y un enorme afecto para con sus alumnos, pero embrutece, por que lo que hace es demostrarle a sus alumnos que no pueden aprender por sí mismos, por que se muestra como necesario en su majestuosidad.
Respecto al contenido explicado, éste desde un principio sabe a derrota, no participa del misterioso gusto por develar enigmas, no se siente al encontrarlo la satisfacción de un camino recorrido con esfuerzo, no se siente como propio y no puede relacionarse afectivamente con otros saberes ya adquiridos. Está servido, es insulso, no interesa y, principalmente, aburre.
A los especialistas de la educación les preocupa mucho que los alumnos se aburran en las escuelas, ¿Qué otra cosa podrían hacer, sino aburrirse, ante tantas explicaciones? Todo pasa muy rápido: cuarenta minutos de un Freud de bolsillo en la clase de psicología, para luego pasar a la aplicación geométrica del teorema de Tales. Mientras los alumnos guardan sus escuadras, y tal vez alguno se pregunta quién fue Tales, llega la profesora de Filosofía a explicar “el bien” en Santo Tomas. ¿Y todo esto para qué? Las horas, los días, los años pasan sin que esa rutina cambie y luego los maestros se preguntan por qué los alumnos no pueden prestar atención. Piensan que es producto de Internet y las redes sociales. Cómo si la escuela con sus mil y una explicaciones inconexas no fuera un gran Tiktok que evita ponerle atención a algo en particular y que no permite detenerse en nada. La escuela aburre porque nadie quiere estar allí oyendo esas cosas como ajenas, porque cada alumno tiene sus propias inquietudes y problemas que resolver y porque todos están usando su inteligencia para ocuparse de sus vidas, mientras simulan atender en clases. En contraposición, el maestro Ignorante no embrutece porque no intenta hacerle perder su propio viaje al estudiante, no va a darle ningún atajo explicativo que marque una ruptura entre el saber y el no saber, por que su ignorancia no le permite hacerlo. Porque, a lo sumo, él también debe realizar el viaje junto con el alumno. 
El problema es que esta figura en nuestras instituciones es imposible. Para poder dar clases el maestro debe conocer el programa, debe rendir concursos y luego debe enseñar eso que se ha constatado que sabe a los alumnos. Es imposible que ignore lo que debe enseñar en un curso, no habría llegado a su puesto ignorando esos saberes y sin haber aprendido también las formas tradicionales de explicar esos saberes. Sin embargo, “el maestro ignorante” puede tomarse como una actitud. La actitud de no pensar que el aprendizaje lento y propio del alumno es una pérdida de tiempo, la actitud de aceptar que no hay un punto de llegada para el alumno equivalente a lo que sabe el maestro, sino diversos puntos de llegada e infinitos caminos que los alumnos pueden tomar. La igualdad de las inteligencias requiere un respeto a los tiempos, los caminos y a los resultados. El método universal de Jacotot es el de aceptar la pluralidad de métodos que cada alumno pueda utilizar para aprender, pero es, principalmente, un dejar ser, evitar los moldes, las recetas y los caminos fáciles de la explicación.
El problema no es hacer sabios, es elevar a quienes se creen inferiores en inteligencia, hacerlos salir del pantano en que se pudren: no el de la ignorancia, sino el del desprecio de sí mismos, del desprecio en sí de la criatura razonable. Se trata de hacer hombres emancipados y emancipadores.3
El maestro, si bien no puede prescindir del todo de las explicaciones, que son la práctica común de las escuelas, puede emancipar incentivando al alumno a que haga su propio viaje. Puede verificar también si el alumno ha hecho el viaje. La enseñanza universal no es un Laissez faire que permite hacer lo que quiera al alumno, incluso no aprender nada o no ir a las clases. Redefine la tarea del docente, lo pone en otro rol, pero no lo elimina del proceso, lo pone en un lugar donde debe incentivar y sembrar inquietudes al alumno para movilizar su voluntad, lo cual tampoco es una tarea fácil.
El libro es la fuga bloqueada. No se sabe que camino trazará el alumno. Pero se sabe de donde no saldrá: del ejercicio de la libertad. Se sabe además que el maestro sólo tendrá derecho de permanecer en la puerta. El alumno debe ver todo por sí mismo, comparar incesantemente y siempre responder a la triple pregunta ¿qué ves? ¿qué piensas? ¿qué haces? Y así, al infinito.4

1- RANCIERE, El maestro ignorante, Pág. 44
2- Ibíd. Pág. 22
3- Ibíd. Pág. 130
4-Ibíd. Pág. 40